24 de febrero de 2016

Lawrence Durrell: Trilogía mediterránea

   Nacido en la India, donde su padre trabajaba como ingeniero de ferrocarriles, fue enviado a los doce años a Inglaterra a estudiar, como se esperaba de un joven de su posición. Seducido por el país asiático, nunca soportó su nación de origen y no pudo  adaptarse al clima húmedo , ni a su rígida sociedad. A los ventitrés años se traslada a vivir a Corfú y allí escribe El cuarteto de Alejandría, una obra cumbre de la literatura. Trotamundos, se suceden los amores y las tragedias entre una vida atormentada y  una literatura brillante.
   Está trilogía la forman La celda de Próspero, Reflexiones sobre una venus marina y Limones amargos. Corfú en la Segunda Guerra Mundial, Rodas en 1953 con un Durrel diplomático y el Chipre de la enosis, el comienzo de la lucha contra los ingleses y los primeros enfrentamientos entre griegos y turcos en esta isla.
Mare Nostrum. Pan aceite y vino. Una forma de vivir y de pensar. Irresistible para un sajón inaptado a la tierra de sus raíces. En sus diferentes orillas, con dioses diferentes, siempre hay tiempo para la tertulia alrededor de una mesa. Para disfrutar de la comida y del vino. No se engulle; se disfruta y se comparte.
   Durrell navega entre dos aguas, la de los apocalípticos : De pronto un día despierta uno y comprende con total certeza que el noventa y cinco por ciento de las actividades de la raza humana (a la que suponía pertenecer) no tienen sentido alguno para uno. ¿Qué va a ser de uno? Y la de los integrados, fascinado por la cultura helena: Los olivos me rinden unas ochocientas libras por año para poder filosofar. La poesía y la ganancia no están separadas en absoluto. Para el griego sólo existe una tenue línea divisoria.
   Reflexiona sobre la vida y la muerte. Sobre la violencia que acecha alrededor, que persigue al hombre aunque se esconda debajo de las tinieblas del olvido. Cuando se le da a un individuo una máscara y una pistola, lo primero que hace es liquidar a alguien a quien debe dinero.
   Y sí, claro que sí. El vino del próximo año es el más dulce. El final tenía que estar impregnado de filosofía, de los orígenes de nuestra cultura, de la esencia que demostramos haber olvidado  cada día de nuestra historia moderna.



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