Esta pequeña joya literaria lo es solo por tamaño; si analizamos su calidad, podríamos calificarla como descomunal. Nos habla, como reza su título, de los pequeños placeres de la vida cotidiana, esos pequeños detalles que nos iluminan el día, la tarde o alguna noche sugestiva. Todos, y cada vez más, buscamos sensaciones fuertes que nos deslumbren pero los grandes paisajes están formados por minúsculas maravillas y las grandes novelas se escriben frase a frase. Los pequeños detalles nos pueden emocionar y estremecer. Los pasteles hay que llevarlos como quien sostiene un pendulo.
El primer trago de cerveza es el único que merece la pena.
Mojarse las alpargatas es conocer el amargo placer de un naufragio completo.
No es tan fácil leer en la playa.
Nos invita a recoger moras, a mondar guisantes, a sentir el ruido de la dinamo o a leer el periódico durante el desayuno.
Alcanza la excelencia en el texto sobre el cruasán, aseguro que yo he sentido lo mismo palabra a palabra. Y nos sorprende su brillantez en el capítulo sobre el oporto, cuando nos ofrecen tomar algo.
De entrada, ya suena hipócrita.
-¡Si acaso, una copita de oporto!
Pero hay más: Un oporto no se bebe, se paladea. Y eso no sólo por su aterciopelado espesor, sino por fingida frugalidad. Podría seguir pero acabaría citando el libro completo. Y ese es un placer que debe disfrutarse en un silencio diseñado por el lector.