13 de mayo de 2014

Benjamin Black: La rubia de ojos negros

   ¡Marlowe ha vuelto!
   John Banville recibió uno de los premios envenenados más atractivos e irresistibles para un escritor. Un encargo de los herederos de Raymond Chandler para resucitar el mito de Philip Marlowe en una novela. No dudó un instante y se lanzó al océano de cabeza. Porque no acertar en esta tarea hubiera sido arrojarse al descrédito literario y a padecer el odio furibundo de los innumerables lectores apasionados por el inolvidable sabueso. Me acerqué con recelo a esta novela. Marlowe es Marlowe. Pero el resultado es sorprendente; muchas veces uno piensa que supera al original. Es el auténtico. Sin ninguna duda. El sonido de unos tacones altos en el suelo de madera siempre me produce un ligero cosquilleo. ¿O no? Era rubia, con unos ojos negros, negros y profundos como un lago de montaña. Supongo que a nadie le quedará ninguna duda.
   Las mujeres que encuentra Marlowe por el mundo no solo tienen unas característica físicas, su personalidad también es singular. Quiero que encuentre a Nico Peterson porque así lo deseo. Él no es gran cosa, pero me pertenece. Le pagaré lo que me pida. Eso unido a que el mítico detective  no es menos peculiar. Me esforcé en no mirarle las piernas, aunque logré ver que eran delgadas, torneadas y del color de la miel. Pues provoca resultados previsibles. Lo más natural era besarla. No se resistió, pero tampoco respondió a mi beso.
   No hay duda, el protagonista no ha cambiado a pesar de los años. ¿Por qué el primer sorbo de cerveza es mucho mejor que el segundo? Ese era el tipo de especulación filosófica que me iba, de ahí mi reputación de investigador sesudo. Pero no olvidemos que fue Raymond Chandler el inventor de este sobresaliente personaje literario que tanto ha influido en toda la literatura  posterior.
 La vi en un coche negro muy caro. Era una rubia de mirada rotunda. Sentí celos del volante acariciado por sus manos seductoras. Sí, no hay duda, es él.