11 de abril de 2014

Alexandre Postel: Un hombre al margen


   Muchas personas encuentran en sus rutinas el decorado ideal para instalarse toda su vida y no sienten el más mínimo deseo de modificar nada en absoluto. Otros necesitamos no sentir su peso para no ahogarnos en el quebranto. Pero cuando encontramos un embudo letal y angustioso, todos valoramos esos pequeños detalles que llenan nuestras vidas y nos encienden la mirada. El protagonista de esta novela es un profesor solitario. Con aquel cutis del joven viejo, las gruesas gafas de montura de concha, el pelo color moqueta cuya raya autoritaria más que controlar la lanuda indisciplina la ponía en evidencia, no podía decire que North inspirase una soberna confianza. Y un día es acusado de un delito penado no solo con la cárcel, sino con el aislamiento social. La soledad le empuja a los brazos del único abogado que se encuentra en su camino. Se había aferrado a esa mano con la confianza de un náufrago.  Y se encuentra con un muro insalvable, su propia realidad. Acababa de notar por primera vez lo honda que era la herida que se le había abierto, una herida que ninguna palabra podría cerrar nunca.
   Alexandre Postel nos ofrece una primera novela  magnífica y precursora de, esperemos, una carrera fecunda. No circula por carriles cómodos, ni se duerme al volante cuando atrapa un capítulo fluido.   Cambia de sentido, acelera, frena y tuerce hacia donde menos lo esperas, mientras reflexiona sobre la condición humana y la influencia de la sociedad en el comportamiento y destino de los individuos.
   Apocalípticos o integrados; la primera opción nos empuja al ostracismo -cogió la costumbre de subirse al árbol a diario o casi a diario, a primera hora de la tarde- y la segunda nos obliga a renunciar a parte de nuestra identidad. Literatura de peso con una cubierta rotunda.