22 de agosto de 2013

Manuel Chaves Nogales: Juan Belmonte, matador de toros

   Tengo que empezar escribiendo que no me gustan las corridas de toros, que me desagrada que llamen fiesta al espectáculo sobre el maltrato a un animal y que ya sé que hay una gran tradición en este tema, pero los tiempos cambian y las personas no se deben anclar en el Neolítico, estaríamos apañados si así fuera.  Y ahora añado que este libro es fascinante, nos retrata la vida en Sevilla a principios del siglo XX de forma que parece que paseamos por sus calles y vemos y escuchamos a sus habitantes moviéndose por la ciudad. Estuve yendo al café con mi padre desde los ocho hasta los once años. Aprendí allí algunas cosas fundamentales, entre otras, a saber cómo debe comportarse un hombre que se estime. Biografía, novela, esta narración nos mantiene en vilo hasta la última página. Vemos forjarse la afición del niño Juan Belmonte por el toreo, lo toreaba todo: perros, sillas, coches, ciclistas; le daba media verónica y un recorte a una esquina, a un cura, al lucero del alba. Y sus duros comienzos en un mundo desigual de potentados y desgraciados: El torerillo ensayaba una sonrisa de disculpa por no haberse muerto, y el ganadero mascaba su gran puro y escupía.
   El joven Belmonte triunfa, se convierte en una estrella y los viajes le permiten ver otros mundos:  Resultaba que se podía vivir de otra manera, que las gentes pensaban de otro modo y se movían por unos estímulos distintos de los que nosotros sentíamos. Y ya entonces, cuando el torero era un ídolo como ahora lo es el futbolista -tampoco hemos evolucionado mucho-, había quien se hacía preguntas: ¿Quién te dice que algún día no han de ser abolidas las corridas de toros y desdeñada la memoria de sus héroes? Excelente prosa y trama muy interesante.



11 de agosto de 2013

Elvira Lindo: lugares que no quiero compartir con nadie

   Refrescante. Elvira Lindo escribe sus impresiones, que están hechas a la medida de mi espíritu, ligero, zascandil y poco pomposo, sobre su larga estancia en Nueva York. Esta metrópoli es capaz de seducirte en un par de minutos, los que tardes en mirar a tu alrededor, una vez que has puesto tus pies en la ciudad. Es perfecta para aquellos que sienten la necesidad de estar a la vanguardia, de llegar donde otros no han llegado, de descubrir los bares a los que hay que ir. Aquí nunca te aburrirás. Nueva York es una mina para los enterados, para los enteradillos. 
   Su estilo desenfadado nos da una imagen muy acertada y no impide reflexiones muy lúcidas. Al oír las opiniones de los recién llegados piensa si la imagen de las ciudades o de los pueblos no depende de cuatro tópicos construidos y asumidos colectivamente por visitantes que llegan, pasan una semana, y quieren marcharse a casa con un equipaje de opiniones rotundas. Ahí queda eso.
   Engrandece pero no idealiza: si ya no estás en esa edad estudiantil en la que te importa poco compartir casa o vivir de cualquier manera, es dura. Y nos lleva a lugares que ya hemos visto en el cine y tenemos presentes en nuestra memoria, esos garitos donde la música se siente hasta el tuétano: Era un sótano oscuro, de techos bajos, como una cueva, con las paredes y el suelo pintados de un negro que camuflaba el cableado, la suciedad y los ratoncillos que a buen seguro corrían entre los pies de los clientes. Una sorpresa muy agradable.





1 de agosto de 2013

Yuri Herrera: Señales que precederán al fin del mundo


   Fronterizo. Un hallazgo maravilloso encontrar la prosa de este mexicano deslumbrante. Línea a línea, de puntillas, te atrapa con esta novela corta incrustada en la frontera entre México y Estados Unidos. Una mujer cruza la línea prometida, con el peligro añadido de ser una mujer sola. Makina sintió el primer contacto, muy breve, como por descuido, pero ella conocia esa clase de descuidos: un restregón milimétrico en su codo prolongando el manoseo voraz. Una travesía dura y llena de miedos. Apenas se había dado baños de pájaro en los sanitarios de las gasolinerías.
   Al otro lado nada es fácil.  Primero no había nada. Hay que pisar con pies de plomo. Pero conforme se acercaban discernió los rasgos de la gente, que no era mujer; ni era la suya panza de embarazo; era un pobre infeliz hinchado de putrefacción al que los zopilotes ya le habían comido los ojos y la lengua.
   Merece la pena este libro solo por la explicación que hace un personaje sobre el béisbol, el mismo que, cuando le preguntan si le  gusta este deporte, contesta: Tst, yo aquí no más estoy de paso. Tierras hostiles donde algunos no es que sean hijos de la chingada, nomás han tenido que aprender a parecerlo. Una caricia literaria.