22 de abril de 2013

Paul Auster: Diario de invierno

   Brillante. Siempre me ha resultado sosprendente la afición de tantos escritores y otros muchos personajes que no los son, a escribir sus memorias. Pienso que todos mienten o bien muestran detalles tan privados de su vida que llegan con facilidad a la impudicia y al exhibicionismo. O las dos cosas a la vez. No sé si Paul Auster miente, ni lo sabré nunca. Pero no tengo dudas sobre la discreción de sus revelaciones. Escribir sobre los momentos desesperados en que has tenido la urgente y abrumadora necesidad de vaciar la vejiga sin un servicio a mano, de que nunca supiste quién te contagió la gonorrea, recordar cuando pillaste unas buenas ladillas o citar a tu madre cuando se encontraba en la ruina más absoluta, lo que significaba que tendrías que mantenerla, me parecen confesiones indecorosas, por usar una palabra delicada.
   Pero igual que para un buen escritor el argumento de una novela es solo una excusa para desarrollar su talento, aquí da igual lo que nos cuente. Este diario es un pretexto para escribir una obra magistral, palabras mayores de la literatura. Al pasar las páginas nos sorprende una y otra vez, nos emociona con su narración y nos asombra con una facilidad y una brillantez nada habituales. En ocasiones parece que busca cualquier tema sin trascendencia para continuar escribiendo hasta que relata las sensaciones que tuvo viendo un espectáculo de danza sin música. Aquí su expresión alcanza el punto más alto al explicar que este hecho provocó una nueva manera de escribir y produjo la primera obra de tu segunda encarnación como escritor.
  Una obra prodigiosa.





11 de abril de 2013

Javier Reverte: Colinas que arden, lagos de fuego

   Vital. Javier Reverte es viajero y escritor y ha conseguido vivir de ello, tarea casi imposible en nuestro país. Su vocación viajera la plasma antes de empezar el libro con una cita de R.L. Stevenson, me dicen que hay personas a las que los mapas les dejan fríos y me cuesta creerlo. Y su aptitud narradora queda una vez más de manifiesto al leer esta magnífica obra.
De todos sus viajes por el mundo siempre ha declarado su debilidad por Africa y volver a las colinas, las praderas, los bosques y los lagos del este de África, después de varios años de ausencia, acelera los latidos del corazón y renueva los fluidos del espíritu.
   La realidad humana en el continente negro es dura  y aunque el paisaje transmitía una juvenil lozanía, muchas veces no es fácil enfrentarte a lo que ven tus ojos. No era un lugar para la vida. Todo cuanto se mostraba ante nuestros ojos convocaba a la muerte y es que la vida humana crece entre perplejidades humanas.
  África nos emociona, entre otras cosas, porque nos empuja hacia la infancia, lo sencillo nos conmueve porque necesitamos alejarnos del artificio, volver a la sencillez. Y sentir que los domingos en África me recuerdan los de mi infancia española puede gratificar más que los lujos de occidente.
   Además de viajero y escritor, es un lector empedernido y busca en los libros información sobre los lugares que visita, nos enriquece no solo con lo que ve, sino con lo que otros viajeros anteriores contemplaron en su momento. Un misionero descubre el Kilimanjaro nevado y en Europa no le creen porque ¿Cómo iba a ver nieve a tan solo 3 grados al sur del Ecuador y a 290 kilómetros de la costa tropical? ¡Pues la había!
   Leyendo esta obra  uno aprende que si viajas, no envejeces  y que los cocodrilos huyen de nosotros porque saben que somos animales hambrientos.
   A lo largo del libro intercala varias veces su frase recurrente sobre África:  Todo se complica de la forma más inesperada y todo acaba por resolverse de la forma más insólita. Y una y otra vez su narración nos demuestra que no solo es verdad, sino inevitable. Su curiosidad y ansia de conocimiento le proporciona una lucidez muy gratificante en la rigidez de nuestro mundo, la lectura es un soplo fresco en esta sociedad vieja y marchita.







.