Brillante. Siempre me ha resultado sosprendente la afición de tantos escritores y otros muchos personajes que no los son, a escribir sus memorias. Pienso que todos mienten o bien muestran detalles tan privados de su vida que llegan con facilidad a la impudicia y al exhibicionismo. O las dos cosas a la vez. No sé si Paul Auster miente, ni lo sabré nunca. Pero no tengo dudas sobre la discreción de sus revelaciones. Escribir sobre los momentos desesperados en que has tenido la urgente y abrumadora necesidad de vaciar la vejiga sin un servicio a mano, de que nunca supiste quién te contagió la gonorrea, recordar cuando pillaste unas buenas ladillas o citar a tu madre cuando se encontraba en la ruina más absoluta, lo que significaba que tendrías que mantenerla, me parecen confesiones indecorosas, por usar una palabra delicada.
Pero igual que para un buen escritor el argumento de una novela es solo una excusa para desarrollar su talento, aquí da igual lo que nos cuente. Este diario es un pretexto para escribir una obra magistral, palabras mayores de la literatura. Al pasar las páginas nos sorprende una y otra vez, nos emociona con su narración y nos asombra con una facilidad y una brillantez nada habituales. En ocasiones parece que busca cualquier tema sin trascendencia para continuar escribiendo hasta que relata las sensaciones que tuvo viendo un espectáculo de danza sin música. Aquí su expresión alcanza el punto más alto al explicar que este hecho provocó una nueva manera de escribir y produjo la primera obra de tu segunda encarnación como escritor.
Una obra prodigiosa.
Una obra prodigiosa.