Intensa. Estamos ante una novela criminal que cumple con brillantez su objetivo de mostrarnos el mundo de la delincuencia en la zona de Los Ángeles. Tipos duros, supervivientes que luchan por la vida cada día: Su ambición era enfrentarse a la vida con distancia precisa y científica, con el mínimo de emoción posible. Gente resignada frente a los muros de una sociedad implacable, no encontraba trabajo en ningún lugar. La condición de ex presidiario me descartaba de un empleo tras otro. Sus brillantes diálogos enlazan con la tradición de la novela negra americana y recuerda a los grandes maestros, el cinismo como estética y como filosofía, qué más da, llevo toda la vida encerrado. La comida no está mal y se puede jugar al frontón.
Su realismo nos permite pasear por suburbios, cárceles, garitos tenebrosos, habitaciones putrefactas de pensiones indeseables y un panorama desolador que parece empujar al delito como única forma de salir de la marginación para entrar en el corredor de la muerte, yo estaba a unos tres metros de él y observé su cara, buscando una
respuesta al gran misterio: como si alguien condenado a morir en una
hora concreta con gas de cianuro supiera algo más de la vida que los
demás, o en un mundo soñado y lejano lleno de riquezas. Claro que es más probable lo primero que lo segundo, sobre todo si no se cumplen ciertas conductas. Yo seguí rigurosamente la regla según la cual no había que confiarle nunca nada a nadie, si no era absolutamente necesario. ¿Tendrán razón?