25 de marzo de 2013

Edward Bunker: No hay bestia tan feroz


   Intensa. Estamos ante una novela criminal que cumple con brillantez su objetivo de mostrarnos el mundo de la delincuencia en la zona de Los Ángeles. Tipos duros, supervivientes que luchan por la vida cada día: Su ambición era enfrentarse a la vida con distancia precisa y científica, con el mínimo de emoción posible. Gente resignada frente a los muros de una sociedad implacable, no encontraba trabajo en ningún lugar. La condición de ex presidiario me descartaba de un empleo tras otro. Sus brillantes diálogos enlazan con la tradición de la novela negra americana y recuerda a los grandes maestros, el cinismo como estética y como filosofía, qué más da, llevo toda la vida encerrado. La comida no está mal y se puede jugar al frontón.
   Su realismo nos permite pasear por suburbios, cárceles, garitos tenebrosos, habitaciones putrefactas de pensiones indeseables y un panorama desolador que parece empujar al delito como única forma de salir de la marginación para entrar en el corredor de la muerte, yo estaba a unos tres metros de él y observé su cara, buscando una respuesta al gran misterio: como si alguien condenado a morir en una hora concreta con gas de cianuro supiera algo más de la vida que los demás, o en un mundo soñado y lejano lleno de riquezas. Claro que es más probable lo primero que lo segundo, sobre todo si no se cumplen ciertas conductas. Yo seguí rigurosamente la regla según la cual no había que confiarle nunca nada a nadie, si no era absolutamente necesario. ¿Tendrán razón?



11 de marzo de 2013

Georges Simenon: Los fantasmas del sombrerero

   Fascinante. Simenon tiene la insólita capacidad de presentarnos la ciudad donde se desarrolla una obra suya en un par de páginas con absoluta claridad. Y es posible que le sobren unas cuantas líneas. Aquí lo consigue con La Rochelle y en tres minutos de lectura parece que estamos paseando por sus calles y nos detenemos frente a la tienda del sombrerero, protagonista de esta magnífica novela. Incluso, si giramos la cabeza, podemos contemplar sin esfuerzo el comercio de su vecino el sastrecillo. También es capaz de definir a un personaje con cuatro palabras, era más bien gorda, muy tonta, con unos ojos saltones e inexpresivos.
   Y ya estamos enganchados de nuevo a una novela de Simenon. Porque su facilidad, su habilidad para mostrarnos el alma de sus siempre fascinantes personajes es sorprendente, sobre todo si tenemos en cuenta que lo consigue en cientos de libros.
    El sombrerero, al que no le gusta que le llamen así, piensa que  había un tiempo para todo, y sólo en contadas ocasiones alteraba el orden de sus movimientos. Sus horarios se repiten de forma gradual e inexorable en su trabajo, en sus comidas e incluso en su asistencia al café para disputar su partida diaria de cartas. Hubiera podido decirse que ésta duraba desde hace muchos años, puesto que volvía a empezar todos los días a la misma hora, en la misma mesa, con las mismas consumiciones, ante los mismos jugadores, las mismas pipas y los mismos cigarros. 
   Muy pronto nos cuenta el escritor que nuestro protagonista había matado a cinco viejas desde el 3 de noviembre, es decir, en veinte días. Pero él se había limitado a hacer lo que tenía que hacer. No se preocupen, no les estoy estropeando la trama. Cada página enriquece esta historia de forma generosa y el argumento no es más que una excusa para escribir de forma brillante la historia de un psicópata: La lluvia, en las calles negras, con un halo en torno a cada luz y reflejos en el suelo, no sólo le había proporcionado cierta excitación, sino que además facilitaba sus movimientos.
   Simenon vivió con intensidad y escribió de la misma forma.