Novela negra casi sin querer, página a página, quizá porque los chantajistas son unos mindundis que no infunden mucho temor al lector pero sí a alguna víctima. Piden dinero a parejas que se citan en hoteles de forma clandestina a cambio de no desvelar sus escarceos amorosos. Y nos describe Zanón lo que observa a través de su pluma, pena de vidas, que no se sabe en qué momento se nos joden. Y es que nunca se sabe cuándo y dónde la tortilla se puede dar la vuelta. Tuvo una casa, tuvo un marido trabajador y unos hijos nacidos al
ritmo de las vacaciones en la playa y los cambios de coche. Tuvo un
trabajo. Tuvo amigas de las de hacerse un café y veniros el sábado a
cenar, pero ¿cuándo empezó a joderse todo? Ni se acuerda ya. Aunque quizá ese orden siempre fue muy aburrido y se convirtió el principio de todo.
Poco a poco va ganando protagonismo una de las parejas, se va apropiando de la novela, vidas clandestinas que cambian la forma de ver a los demás: Y se dio cuenta de que hay una realidad paralela en cada persona con la que te cruzas por la calle. Esa existencia con amante y aventura, con días para volar sin miedo por encima de la montaña más turbia y otros afligidos para perderse en una de esas maravillosas películas en blanco y negro
dirigidas por muertos, con actores y actrices ya muertos diciendo
diálogos de muertos.
Cuando uno de los raterillos ve que los comedores sociales están llenos de gente no habitual y que la crisis se va comiendo a la clase media, no entiende por qué no entra en el Parlament, en los bancos, en las grandes
empresas, en los platós de televisión, en las canchas de fútbol y pasa a
todo dios a cuchillo. Y, sin embargo, llaman a las puertas de las ONG a pedir limosna, no se revuelven. Por qué, al contrario, baja la vista, hace cola, pide la vez y sigue, mansa y vencida, la hilera de los fusilados. Pues sí, una comunidad domesticada por los medios de comunicación ya que ha fijado su paraíso en el consumismo más primitivo.
Una ventana para observar nuestra sociedad.