11 de septiembre de 2013

Carlos Zanón: No llames a casa

  
   Novela negra casi sin querer, página a página, quizá porque los chantajistas son unos mindundis que no infunden mucho temor al lector pero sí a alguna víctima. Piden dinero a parejas que se citan en hoteles de forma clandestina a cambio de no desvelar sus escarceos amorosos. Y nos describe Zanón lo que observa a través de su pluma, pena de vidas, que no se sabe en qué momento se nos joden. Y es que nunca se sabe cuándo y dónde la tortilla se puede dar la vuelta. Tuvo una casa, tuvo un marido trabajador y unos hijos nacidos al ritmo de las vacaciones en la playa y los cambios de coche. Tuvo un trabajo. Tuvo amigas de las de hacerse un café y veniros el sábado a cenar, pero ¿cuándo empezó a joderse todo? Ni se acuerda ya. Aunque quizá ese orden siempre fue muy aburrido y se convirtió el principio de todo.
   Poco a poco va ganando protagonismo una de las parejas, se va apropiando de la novela, vidas clandestinas que cambian la forma de ver a los demás: Y se dio cuenta de que hay una realidad paralela en cada persona con la que te cruzas por la calle. Esa existencia con amante y aventura, con días para volar sin miedo por encima de la montaña más turbia y otros afligidos para perderse en una de esas maravillosas películas en blanco y negro dirigidas por muertos, con actores y actrices ya muertos diciendo diálogos de muertos.
   Cuando uno de los raterillos ve que los comedores sociales están llenos de gente no habitual y que la crisis se va comiendo a la clase media, no entiende  por qué no entra en el Parlament, en los bancos, en las grandes empresas, en los platós de televisión, en las canchas de fútbol y pasa a todo dios a cuchillo. Y, sin embargo, llaman a las puertas de las ONG  a pedir limosna, no se revuelven. Por qué, al contrario, baja la vista, hace cola, pide la vez y sigue, mansa y vencida, la hilera de los fusilados. Pues sí, una comunidad domesticada por los medios de comunicación ya que ha fijado su paraíso en el consumismo más primitivo.
    Una ventana para observar nuestra sociedad.


1 de septiembre de 2013

José Ovejero: La invención del amor


   José Ovejero se ha ido instalando poco a poco en mi biblioteca sin ruido y de puntillas. Ahora ocupa un lugar importante y extenso gracias a su notable literatura y a una imaginación desbordante. 
   Un hombre recibe una llamada anónima que le comunica la muerte de su amante. Él no conoce a la fallecida pero decide meterse en el mundo de esa mujer y para ello tendrá que fingir incluso que estaba casado para justificar el falso adulterio. Un delirio absoluto.  Tendré que hacer algunos cambios en el apartamento para dar la impresión de que aquí ha vivido una mujer hasta hace poco. Y lo consigue. Llega a conocer a su hermana y a su marido. Me resulta difícil imaginar a Clara enamorada de esta ruina, de este pelele desmadejado que ahora bebe de manera ruidosa y poco a poco va quedándose dormido.  Este interesante y sugerente principio mantiene la altura durante toda la novela. Y no es nada fácil. Cualquier recoveco del libro lo aprovecha para deslizar una prosa fluida con un faro que otea y registra la realidad. El encargado del almacén vela por sus territorios, un cancerbero que en lugar de tres cabezas tiene una tan grande que hace pensar inmediatamente en alguna enfermedad infantil, en una secreta minusvalía.
   La ficción llevada  a una dimensión oculta, en un mundo donde nadie cuenta siempre la verdad.